lunes, 28 de abril de 2014

¿POR QUÉ NO SALIMOS DE LA CRISIS?

¿POR QUÉ NO SALIMOS DE LA CRISIS?
Los autores sostienen que después de seis años del estallido de la crisis financiera los problemas estructurales de fondo que la generaron se mantienen en una situación similar, debido a que las políticas económicas que se han aplicado en el conjunto de Occidente -rescate bancario, expansión monetaria y austeridad presupuestaria- nunca han tenido como verdadero objetivo salir de la crisis, sino la transferencia masiva de recursos desde la economía real al sector bancario. A su juicio, sin resolver el problema del sobreendeudamiento es prácticamente imposible salir de la crisis.

Si tenemos que destacar dos variables significativas de carácter global, habría que remitirse al riesgo acumulado en el mercado de derivados y al endeudamiento global en Europa y USA. En el gráfico adjunto se muestra, en primer lugar, una síntesis de la evolución del endeudamiento global que acabó generando el estallido de la crisis en 2007-2008, y que pasó del 142% de 1990 al 248% de 2008.





Consecuencia del estallido del sobreendeudamiento -y del riesgo acumulado en los derivados financieros- han sido las crisis bancarias, las posteriores crisis presupuestarias, la caída de la demanda y del crédito, el desempleo o la caída de la inversión.
Lo cierto es que sin resolver el problema del sobreendeudamiento es prácticamente imposible salir de la crisis. En teoría, éste debiera haber sido el objetivo fundamental del conjunto de las políticas anti-crisis a poner en marcha por los gobiernos occidentales una vez que el estallido se produjo en 2007-2008.
Si intentamos identificar las políticas anti-crisis fundamentales efectivamente aplicadas en Occidente durante estos años, deberíamos probablemente seleccionar las siguientes: rescate bancario, expansión monetaria y austeridad presupuestaria. Ninguna de estas políticas ha sido efectiva en la reducción del endeudamiento global y, en realidad, ninguna de ellas se ha planteado en serio este objetivo. Ello se debe a que no han estado guiadas por los intereses generales de los ciudadanos de nuestros países, sino por intereses u objetivos muy concretos de determinados grupos de interés.
En el fondo del problema late el hecho de que, como esta crisis ha dejado meridianamente claro, el conjunto de la política económica de una buena parte de los gobiernos occidentales se elabora y se aplica en función de intereses particulares muy específicos, especialmente de las grandes entidades financieras, como consecuencia del sometimiento a las mismas de partidos políticos, responsables públicos y medios de comunicación.
Las políticas de rescate bancario y las políticas de expansión monetaria no han conseguido ni reanimar el crédito ni impulsar la economía, porque no era éste su verdadero objetivo sino, al contrario, la transferencia masiva de recursos desde la economía real al sector bancario como un objetivo en sí mismo.
Tampoco han conseguido sacarnos de la crisis las políticas de austeridad, producto de un pacto geopolítico entre la industria avanzada europea y el sector financiero y cuyo objetivo fundamental ha sido -y sigue siendo- de carácter defensivo. Esto es, evitar que la crisis del sector financiero -y, sobre todo, las políticas de rescate y de expansión monetaria- acabaran derrumbando la economía real europea. Las políticas de austeridad han intentado construir un muro de contención presupuestario y han conseguido así limitar indirectamente el alcance de las transferencias al sector financiero y el daño producido por las mismas a la economía real.
Sin embargo, como vemos, ninguna de las tres grandes líneas estratégicas de actuación de las políticas anti-crisis occidentales han tenido como verdadero objetivo sacarnos de la crisis. No es extraño, por lo tanto, que -transcurridos más de seis años desde su estallido- continuemos inmersos en una situación de estancamiento, de grave desempleo y con los problemas financieros estructurales en una situación prácticamente equivalente a la de hace seis años.
Reducir el nivel de endeudamiento y de riesgo sistémico de las economías occidentales era -debiera haber sido- el objetivo fundamental de las políticas anti-crisis del conjunto de nuestros gobiernos.
Desde este punto de vista, solo cabe calificar los resultados como de un notorio fracaso. Como constatación de este fracaso, la deuda pública y privada del sector no financiero de la eurozona (segundo gráfico) ha pasado del 234% de 2008 al 262% del tercer trimestre de 2013.
Como síntesis, puede afirmarse que no acabamos de salir de la crisis porque los problemas estructurales de fondo que la generaron se mantienen en una situación similar. Y esto es así porque, en realidad, aunque pueda parecer sorprendente, las políticas económicas que se han aplicado en el conjunto de Occidente nunca han tenido como verdadero objetivo salir de la crisis. En el fondo, lo que Europa y Estados Unidos necesitan no es otra cosa sino una revolución democrática que, de una vez, rompa la intolerable dependencia de una gran parte de nuestra clase política con respecto a la gran banca y asegure que la política económica -y el conjunto de las políticas públicas- se ponen realmente al servicio de los intereses generales.

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